Taxi: Capítulo 2

La velada transcurrió sin ninguna novedad, como muchas otras noches.


Un sentimiento de frustración se empezó a apoderar de mí, y sentí la necesidad de marcharme a casa, meterme en mi enorme cama, sola otra vez.


Me despedí alegando que me dolía el estómago


“Seguramente la cena en el japonés, que no me habrá sentado bien ¿Pasadlo bien por mi me oís?”


Frustrada, salí a la avenida principal para poder coger un taxi lo antes posible. No quería estar ni un minuto más en la calle con esos horribles pero estupendos zapatos. Pasaron dos, tres, hasta siete taxis y pero no conseguí parar a ninguno.


Desesperada, a punto de perder los nervios y tirarle uno de mis zapatos al siguiente taxi, uno de ellos se detuvo frente a mi.


Veloz como una lagartija, con todo el pelo revuelto y los zapatos en la mano, abrí la puerta y me tiré sobré el asiento de atrás. Casi sin mirar al conductor le indiqué la dirección de mi casa.


“¿Qué tal te ha ido esta noche?”


Levanté la mirada, miré al conductor perpleja y observé sorprendida que era el taxista que me había traído sana y salva la última vez.


“¿Tu otra vez? Menuda casualidad ¿Con los taxis que hay en toda la ciudad, y tengo que subirme otra vez en el tuyo?” Conteste sorprendida y aprovechando para lanzar una de mis sonrisas más sugerentes.


“¿El destino nos reserva sorpresas muy agradables verdad?” Me dijo mientras clavaba su mirada en el espejo retrovisor, observándome detenidamente, aprovechando que el semáforo estaba en rojo.


Empecé a sentir un ligero cosquilleo lascivo e insistente, empecé a sentir un calor y un desasosiego que no me dejaban disfrutar de mi vuelta a casa. Me masajeé los pies mientras ladeaba la cabeza como síntoma de mi descanso.


Erótica de Madonna sonaba de fondo.


“¿Estás cansada? Has debido bailar mucho esta noche”. Me susurró el taxista.


Su voz estaba empezando a resultar me cada vez más provocadora. No podía ser, estaba excitándome cada vez con más rapidez.


Algo pasó por mi cabeza que nunca podría describir, ni podría repetir, pero algo mágico ocurrió que hizo que mi mirada se clavara en su mirada a través del espejo retrovisor. Me humedecí los labios y me acerqué lentamente y le susurré lo más cerca posible:


“Mira y disfruta”.







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